Pero qué afán de levantarse un domingo temprano para helarse la cara, las piernas y hasta los huesos. Pero qué ganas de aventar las cálidas cobijas y sábanas de la cama para ponerse los tenis y salir con prisa. Qué obtusa y poderosa idea ha cruzado la mente para olvidarse de las horas de sueño que no alimentarán más el colchón. Eso me digo y se dicen más, los que han venido, los que no están, los que leerán la nota posteriormente en el diario, los que atacan estas líneas en este momento. Y es que hay un impulso invisible pero poderoso que le planta cara a la apatía, que se arriesga y pelea por todos a los que congrega una vez más aquí.
Poco antes de las 8:00 am, el bloque de salida está repleto de hombres, mujeres y niños. Mary Rojas está allí, acompañada por supuesto de sus dos hijos, el primero de entre 9 y 10 años, la segunda, talvez un par de años menor. Están listos y a la expectativa, sin miedo a la ruta, concentrados.
Todos atestados, impacientes, miramos el reloj de salida que avanza lentamente mientras el Himno Nacional desde el sonido local, retumba en la plaza. Acto seguido, el disparo de salida da la pauta para que todos los compañeros con discapacidad, ávidos de kilómetros se abalancen contra el camino. Poco después emprenden su travesía los demás. La marabunta humana invade la calle Sebastián Lerdo de Tejada saludando a su costado, al Teatro Morelos. Los autos de momento no están permitidos aquí, este terreno por algunos minutos le pertenece al transeúnte, a tus pies, a sus pies y a los míos. Los aventurados y expertos aceleran el paso y no pierden tiempo, los voluntariosos dudamos entre apretar o dosificar los esfuerzos. La respiración, las palpitaciones y la sudoración saludan de inmediato y a unos que otros, nos hacen dudar sobre continuar. Se vuelven amigos y enemigos al mismo tiempo. Nos alientan, nos retan, nos exigen, le pican el orgullo a la mente y al corazón que se envalentona y entonces da más.
Madres, padres e hijos en la pista, imagino, pasan por similar situación, todos en compañía. Hay parentescos y lazos profundos hoy sobre el asfalto. Pasando el primer kilómetro una pequeña camina al costado de papá, ella quiere ir un poco más rápido, pero él va lento evitando un dolor pasajero, que espera se despida pronto para avanzar con más rapidez el resto de la ruta. Aun cuando la reconviene para que se adelante con mamá, ella se niega a dejarlo atrás, tal cual como sucede en el trayecto de la vida. Mary Rojas, de algún modo similar vive esa realidad. Ella me cuenta que corre en familia desde el 2014, y que su hijo que ya lo hacía, los impulsó a participar de este deporte. Hoy los tres, madre, hijo e hija, acuden a todas las competiciones que pueden. Para ellos se ha vuelto un estilo de vida y ya se consideran una auténtica familia runner.
Foto: Mary Rojas e Hijos.
La travesía sigue, el dolor pasa, pero el cansancio aumenta y el cuerpo pesa cada vez más. Es desde el kilómetro tres que un padre de entre 35 y 40 años, acompañado de su hijo adolescente (en el sentido de las etapas del crecimiento humano) mantienen el paso. El joven quiere ceder, frenarse y tomar aire o talvez caminar, pero es impedido por las palabras de aliento que una y otra vez le son arrojadas: “¡solo restan dos kilómetros! ¡ya falta menos! ¡vamos no te detengas! ¡ya casi lo logras!”. Oraciones que son repetidas una y otra vez, pero esta vez no se desgastan, ni pierden el sentido. En circunstancias como éstas dar un paso más es una cuestión de valor, de determinación y hasta de rebeldía contra la propia humanidad, es una lucha entre el espíritu y el físico, donde el alma se alza victoriosa.
Para Noé, también padre, y quién ha acudido hoy acompañado de su esposa e hijos, es importante correr, pero no por competencia, sino por salud. Aunque su disciplina deportiva está en las artes marciales, considera es un buen complemento para cualquier tipo de deporte: “es cardio, es resistencia y además es convivencia”. Todos disfrutan de esta actividad familiar, misma que realizan juntos desde hace siete años.
Entre las bondades que el correr ofrece, para Noé están: la mejora en la movilidad, la agilidad, la quema de calorías y evitar el agotamiento, además del desarrollo de las cualidades físicas como son el equilibro, la fuerza, velocidad, y por supuesto también los beneficios para la mente, pues el ejercicio, según él, libera sustancias que le hacen bien, además de que la satisfacción psicológica es motivante: “uno termina una carrera cansado, agotado, pero con ganas de participar en otra”.
Foto: Noé y familia.
A un kilómetro de distancia de la “meta prometida” el esfuerzo es mayor, pero el aliento de quién ama no cesa: “¡vamos! uno, uno, uno…”, va contando los pasos el padre al joven adolescente, como si por cada uno de ellos fuera necesaria una palabra para no claudicar. Con el Cosmovitral observando a la distancia, la estrategia resulta, los últimos 500 metros se convierten en auténtico oxígeno, las fuerzas surgen de lugares insospechados y revitalizan las piernas. Aun en contra del frío y el viento, derrotando a la apatía, exigiendo al cuerpo y a la mente, todos, a su tiempo cruzan la meta, en el mismo primer cuadro de la ciudad. La promesa se ha cumplido; para algunos el objetivo fue correr en esta ocasión 5 o 10 kilómetros, pero para muchos otros en realidad fue fortalecer vínculos, mejorar la salud familiar y disfrutar de ese instante de gloria que se traduce en felicidad los días subsecuentes. Mary a ese respecto, me cuenta acompañada de sus pequeños, como gracias a las carreras se sienten más animados y contentos, vislumbrando inclusive alternativas para solucionar los problemas del día a día, y cómo el running los ha unido más como familia al compartir sus experiencias, logros y emociones, e incluso enfatiza: “una carrerita de estas, nos tiene bien tranquilos toda la semana. No hay regaños, ni gritos, ni nada por el estilo y todos estamos mucho más relajados”. Una carrera, desde su perspectiva es para ver a los amigos, para que el cuerpo se relaje. Más que correr por los primeros lugares, lo importante es hacerlo en familia y por diversión.
Es por eso que no hay cama, ni sábanas que aprisionen el cuerpo. No hay horas de sueño que extrañar, no hay frío que temer, ni dolor que no valga la pena, no hay sudor que guardarse. Lo que sí hay son pocas cosas mejores que el caminar, trotar o correr, y éstas, a manera de postales vívidas, se expresan en la plaza que se llena de sonrisas, saludos afectuosos, abrazos emotivos, convivencia sin par, y hay fotografías, muchas fotografías, que dan testimonio de este tiempo que han compartido; las imágenes más atesorables se graban en la mente. En algunos queda el leve dolor muscular, producto del esfuerzo y cansancio, pero ese es ignorado, pues hay un plácido calor en el corazón, un semblante mejor en el alma; a partir de este minuto la promesa de la vida plena se cumple y se prolonga por tiempo indefinido. Finalmente ha salido el sol.
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